Pero no todo es contemplación estática en Es Cavallet. El paisaje se
mueve con algo más de vigor al final de la playa. El Chiringay se revela como
un escaparate diurno del poder rosa. Aunque su oferta de batidos naturales es
algo a tener en cuenta para no desfallecer en medio de tanto calor, la carta no se permite alardes: hay ensaladas, pasta, sándwiches;
muy poco más.
En esta playa, una de las más concurridas, el acceso es aparatoso, sobre
todo si uno elige como destino alguno de los chiringuitos más alejados del
aparcamiento, como el Malibú o el de Sa Trinxa. El último es el más
recomendable y visitado. La culpa de esto la tienen su atento servicio de
tumbonas (un mojito, una clara para calmar la sed), la buena música que pincha
sudisc jockey y una magnífica puesta
de sol sobre Sa Canal.
Si se quiere seguir explorando las playas del sureste ibicenco, no está
de más una parada en el restaurante de Cap d'es Falcó, sobre la playa de Es
Codolar. Muy poco resguardado de las inclemencias, emplazado en una elevación
del terreno y a no mucha distancia del aeropuerto, comer en la terraza puede
ser una experiencia bastante molesta si se levanta viento. De no ser así,
resulta gratificante probar cualquiera de los pescados del día.
De nuevo en la carretera, lo mejor es continuar, persiguiendo el sol,
hasta Sa Caleta, que está convenientemente alejada de las vías principales, o
hasta la playa de Es Jondal. Esta última, flanqueada en su extremo oriental por
el poderoso acantilado que corona la Punta de Es Jondal, merece ser visitada
aunque sólo sea por un magnífico chiringuito en el que, además de tumbonas y
buena música, existe un pequeño saloncito interior, ideal para tomarse una
agradable copa de sobremesa. Al estar formada la orilla por guijarros de tamaño
mediano, la playa no ofrece demasiado atractivo para el bañista, pero al final
del día la sensación de quietud, contrapunteada por un batir de olas más
enérgico que en otras playas cercanas, resulta realmente poderosa.
Podríamos saltar de playa en playa hasta llegar a la costa norte,
salpicada por un sinfín de pequeñas calas, algunas casi vírgenes y de
dificultoso acceso. Pero eso sería un viaje diferente.
Una buena recomendación para elegir otra de las playas del sur de la
isla es llegar a la ermita de Es Cubells, desde Sant Josep de Sa Talaia. Desde
su pequeña iglesia encalada, en lo alto de una montaña reventada de pinos, se
contempla una de las mejores vistas de este lado de la isla, con Formentera al
fondo. Una vez allí no hay nada más fácil que mirar hacia abajo y elegir la
siguiente cala a disfrutar.
Y, así, un día detrás de otro. Pero el breve paseo por estas playas debe
tocar a su fin. Hay que regresar a la casa, al apartamento o al hotel para
cenar y prepararse para lo que queda del día, que en Ibiza es, sin duda, mucho.
Antes de eso uno puede pasarse por el famoso Café del Mar, en San Antonio,
normalmente para figurar o decir que se figura en la lista de habituales de lo cool, o tan sólo por ir preparando el
cuerpo para lo que aún está por llegar.
Eso es la noche ibicenca. Y un paseo diferente.
Pero lo mismo da. El atractivo del Chiringay es otro y tiene menos que
ver con los placeres de la mesa que con su homónimo freudiano. Hay desfile de
cuerpos esculpidos con máquinas de gimnasio a todas horas. Miradas nada
recatadas.
Ganas de conocer gente. Aquí se viene a fichar, según me cuentan, para
no llevarse una sorpresa de última hora, fruto de la confusión nocturna. Para
aquellos que no compartan tendencia, su cometido es igualmente tentador:
amodorrarse escuchando elambient que
se escapa por los altavoces hasta que caiga la tarde con elegancia sobre Dalt
Vila.
Siguiendo la orilla en dirección a Formentera, la playa termina en la
Punta de ses Portes, y al doblar la torre que la culmina se llega a la playa
del Mijorn o de ses Salines.
Pero para llegar a ella en coche es necesario tomar la carretera que
rodea las salinas, una carretera que muere en el recoleto pueblecito salinero
de Sa Canal.
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